ESPACIO BÁLTICO
En Espiral Cayeron del Cielo
30/08/25-17/09/25

Y en espiral cayeron del cielo.
Hay cuerpos que no caminan: se deslizan.
Cruzan la tierra sin romperla.
Guardan en su espiral el secreto de un tiempo que dejó de ser lineal, que ahora es latido, contracción, un pulso reptante.
Durante siglos, las serpientes fueron símbolo de sabiduría, fertilidad y renovación.
En Japón, representan protección y transformación.
En Grecia, dieron forma al báculo de la medicina. En Mesoamérica, enlazan la tierra con el cielo, el cuerpo con la palabra, la muerte con el retorno.
Y, sin embargo, algo se torció.
Lo que era sabiduría se volvió amenaza.
Lo que era madre pasó a ser monstruo.
El imaginario colectivo, alimentado por el miedo, comenzó a olvidar.
Y la figura de una deidad sagrada se precipitó en espiral hacía el inframundo.
Andrea Sotelo trabaja con la serpiente desde una exploración íntima: del cuerpo femenino como territorio simbólico y cíclico, capaz de contener todas las posibilidades del ser.
Estudiando la morfología de la serpiente no solo como figura animal, sino como línea, patrón y volumen; trazos ondulantes que insinúan la silueta de un cuerpo que da a luz y la simetría de una lengua bífida que evoca el umbral uterino.
Esta exposición propone un regreso, no al mito original, sino al sentido que lo sostuvo; como quien se asoma al espejo de algo anterior a las palabras: al tacto, al vientre, al barro, a la forma en que la materia guarda memoria de lo que ha sido tocado. La instalación central está compuesta por diez esculturas: serpientes que miran al cielo, que se alargan como cordones umbilicales, como rezos verticales, como raíces invertidas. No muerden ni acechan; se abren, se elevan y recuerdan, hechas de materiales que sostienen y resisten, que evocan tanto lo orgánico como lo construido. A su alrededor, otras piezas completan el gesto: un textil como segunda piel, pinturas como huella de un movimiento antiguo, ecos de distintas culturas que dialogan en un mismo pulso. Todo aquí habla de un cuerpo que alumbra y se fragmenta, que resiste y se transforma, que recuerda su poder de dar forma y también de dejar ir.
En este gesto, ciertas piezas evocan —sin proponérselo— el eco visual de El Origen del Mundo de Gustave Courbet; no como cita directa, sino como resonancia de una verdad corporal que desafía la moral heredada de los mitos judeocristianos y devuelve a la serpiente su condición más compleja: madre y guardiana, espiral de principio y retorno.
- Luis Manuel Perea




